vendredi, décembre 31

Mas de lo que sabes.
Por Una Devant.

Sola, de nuevo sola. Sola metida en un armario lleno de camisas y botellas de ginebra, que apesta a naftalina y a perfume barato. Sin vestir, sin maquillar, sin duchar. El ritual del año requiere la oscuridad de nuevo, paso previo al compromiso anual de esta noche tan especial (que poco irónico parece así escrito). El compromiso comenzará dentro de treinta segundos, cuando Carl abra la puerta de la habitación - chillando Edith!Edith! ¿dónde estas? -.
Hace exactamente cuarenta y cinco minutos que estoy aquí metida, y ¿qué es lo que hago?, pues pienso. Pienso y algún año me masturbo o me dedico a morderme las uñas de los pies, es divertido allí en la oscuridad. El tiempo que estoy alli pienso, básicamente que no me apetece una mierda salir a hacer el idiota, que quiero permanecer en casa y pasarme la noche viendo películas francesas, con copas de vino en la mesa y taquitos de queso manchego. Pero eso para Carl es imposible. Carl tiene que salir y pasar frío, salir y sudar con gente alrededor, salir y luego dormir para levantarte con un infernal dolor de cabeza. ¿Que tendrá eso de especial?


- Edith! Edith! ¿dónde estas?
- Estoy aquíííííí!, chillo desde el armario
- Dios, Edith, dice Carl abriendo la puerta
- No! por dios! apaga esa luz!


Carl me mira como si fuera un cachorro sin dueño, una perra desprotegida y falta de cariño.


- Ya basta, ves a darte una ducha.
- ¿Es una orden?, le pregunto con mi mas inocente voz
- Si, lo es.
- Vaya, entonces no tendré mas remedio que ir.
- Buena chica.


Me rebienta. Me rebienta pero me levanto, así, cumpliendo con lo establecido, soy incapaz de permanecer allí sentada entre el hedor a naftalina.


- ¿podrías, almenos, prepararme la ropa?
- Si, claro.


En la ducha me conciencio. Vaya coñazo. Si algo querría que sucediera allá fuera es que un James Bond se me acercara y me llevara lejos de esa manada de cabras pestilentes a hacerme el amor, en medio de un bosque, quizás.


- ¿Edith?,¡Edith!
- ¿Siiiiii?, para oirle tengo que parar la ducha, un coñazo
- ¿que te parece la blusa rosa de Naisc y unos bombachos negros?
- Me parece muy bien Carl, muy bien
- Estupendo


Será inútil, que mas me dará a mi. No quiero parecer un par de piernas adornado con una tela negra que cubre mi torso, me niego, me niego.
Cuando salgo de la ducha Carl me ha dejado la ropa en el colgador y una copa de champagne en el tocador con una nota de posa vasos:


Alegra esa cara, mi querida Edith. Y sécate ese cuuuulo mojado rápidamente.
Tu querido Carl.


Pd. A ser posible no me hagas esperar mas de quince minutos.


Será bastardo. En fin, voy a vestirme. Feliz última noche lector, ¡espero que  su noche no sea tan divertida como la mía, pues eso sería imposible!




                                              

samedi, décembre 18

INT/DÍA Habitación de Ian


Ian está tumbado en el suelo,con el torso desnudo, sobre una gran alfombra de color granate. A su alrededor hay esparcidos varios discos de Vangelis, desordenados y mezclados con trozos de papel medio garabateados en los que ha estado intentando escribir, toda la tarde, una carta a Marion. La puerta del dormitorio está entrecerrada. Del toca discos, situado encima del viejo escritorio, llega la melodía de la conquista del paraíso. En las paredes hay algunos cuadros extraños, parecen abstracciones. Un retrato de Warhol sobre la cama. En la mesita de noche un cenicero repleto de colillas. En un rincón de la habitación hay un preservativo usado lleno de semen. Marion le observa desde la ranura de la puerta, sentada en el suelo. A las cuatro de la tarde, Marion abre la puerta.


MARION
Ian, ¿que haces tumbado en el suelo?


IAN (absorto)
¿eh?. A nada, estaba pensando


MARION
Otra vez con esa canción...


IAN (asiente con la cabeza)

MARION
¿Quieres que hablemos?


IAN
¿Se puede saber de que quieres hablar?


MARION
Sabes perfectamente de lo que tenemos que hablar


IAN
Ven, acércate

Marion se acerca y se sienta a su lado. Ian señala los trozos de papel esparcidos por el suelo.


IAN
Coge uno al azar.

MARION (leyendo en voz alta lo que hay escrito en el pedazo de papel)
Yo seguiré soñando mientras pasa la vida,
y tú te irás borrando lentamente de mi sueño.

Marion fija sus ojos en Ian, buscando alguna explicación.

IAN
Coge otro y sigue, porfavor.

MARION
¿Quien ha escrito esto?

IAN
¿Quien crees que lo ha escrito si no yo?. Sigue Marion, por favor.

MARION (leyendo de nuevo)
Pensaré en ti un instante,
pero cada vez menos.

IAN (Susurrando)
Acaso nos veremos un día, casualmente, al cruzar una calle,
y nos saludaremos. Yo pensaré quizá: " Qué linda es todavía."
Tú quizá pensarás: "Se está poniendo viejo"
Tú irás sola o con otro. Yo iré solo o con otra.

MARION
¿Por qué lo has escrito?


IAN
No lo he escrito yo

MARION
Ya decía yo

IAN
No te creas, yo podría hacerlo mucho mejor

MARION
Nunca dirías algo así de mí.
 IAN
¿Por qué?


MARION
Porque nunca vas a dejarme. Ni siquiera vas a pensar que podemos estar separados el uno del otro.

IAN
Eso no es verdad Marion, nadie sabe lo que pensaremos mañana.


MARION
Yo sí que lo se. Sé que nunca voy a dejar de pensar en ti, de quererte. Y si lo hago me suicidaré.


IAN
¿Te das cuenta? Has dicho 'y si...', lo que significa que podrías dejar de hacerlo.

MARION
Lo pagaría con la muerte y lo último que quiero ahora mismo es morir.


Suena ahora Love them, de Vangelis.


IAN (desde el suelo)
Ven, dame un beso

MARION
No

IAN
Prométeme que nunca olvidaras todo esto

MARION
No

IAN
No seas así, sabes que no te dejaré nunca sola


MARION
No, no lo sé.

IAN
Ni siquiera voy a volver a salir a la calle, por si algo pudiera pasarme que me alejara de ti.

MARION
¿Y si se te cae la casa encima?

IAN
No caerá, y si cae, estaremos aquí juntos

MARION
Y, ¿cómo comeremos?


IAN
Ojalá comer no fuese necesario...

MARION
Pero lo es. Además, no puedes vivir rodeado de cenizas y de condones usados Ian.

IAN
Si que puedo, no hay nada que no pueda hacer.

MARION
Deliramos


IAN (asiente cerrando los ojos)



Marion se inclina y le besa en los labios. Le acaricia el ombligo y le mira a los ojos. Se sonríen.


MARION
Ojalá nunca dejáramos de existir.

IAN
Deja de pensar en esas cosas ahora y ven aquí.

 
FUNDIDO A NEGRO.

vendredi, novembre 26

Lettera
Por Una Devant

Querido Frank,

acabo de llegar a casa. La fiesta ha sido un fracaso. He bebido demasiado y Al se ha cabreado conmigo. Sabes cuanto le quiero y lo mal que me sienta que no esté por mi. Ayer nos escapamos por unas escaleras de socorro e hicimos el amor en los barrotes. Hacía un frío de narices. De nuestras bocas salían pequeños halos de vapor mientras follábamos. Por suerte llevé falda y panties, así que no tuve que bajarme los pantalones. Mientras lo hacíamos se me cayeron las llaves escaleras abajo e hicieron un estruendo horrible, que nos hizo corrernos a la vez -supongo que por el miedo a que viniera alguien-. Luego volvimos a la fiesta y Al se fué con una furcia a dormir. Me había prometido que pagaría lo que había echo, y mira si me lo hizo pagar bien el muy cabron.
Bueno, y tu, querido, ¿como estas? Ya he visto que tu putita ha vuelto a darte los buenos días desde lejos, estarás contento. Que alegría saber que estás bien... -no se si ironizo o lo digo enserio-. En fin, sigue pasándolo bien. Por cierto, alguien me dijo el otro día que ibas muy borracho, vigila que ya sabes lo que te pasa luego con las prostitutas. Como aquel día que me hicistes enfadar por mirar bailar a aquella estúpida y eché a andar delante de tí, mientras te acosaban las prostitutas de la gran via, y ví como echaste a correr porque se había puesto agresiva después de ver a tu bonito dedo haciéndole la butifarra. ¡Que te jodan!, chillé. Hay dios, que recuerdos. En fin, sigue bien.

Bisous.

Pd: no creo que coja el avión. A parte de que tengo miedo a volar creo que tengo que dedicarme a unos cuantos asuntos esta semana. Erica Jong me tiene contaminado el corazón.

jeudi, novembre 25

Letra a Frank Bentacourt
Por Una Devant


Querido Frank Bentacourt,
olvida el sexo, las noches estirados en el suelo, la alfombra roja, las carícias de mis labios rojos en tu piel, los muelles de la cama, el olor de mi pelo, el color de mi piel, de mis ojos, mis oidos. Olvida que existió un ser que quería acabar contigo, estrangularte hasta que dejaras de respirar y te fueras de aquí para siempre. Deja que otro pedazo de carne te haga de paraguas y te proteja de la vida. Un pedazo de carne vulgar se acerca y te repugna. Que sublime saber que no hay nada que pueda reemplazarse. Yo tengo piernas a las que dar las buenas noches, siempre las he tenido. De todos los tipos, peludas y blancas, morenas y tibias. Creía que eras mío, pero mi ser no está partido en dos. Me he dado cuenta de porqué llevo tanto tiempo acostándome con hombres y enamorándome de todo tipo de personalidades expléndidas y fugaces. ¿Encontraré el amor? No tengo una respuesta para eso. Mi amor no será único, pues si es único no lo consideraré amor. Necesito mi espacio. Mi cuerpo es mío, mi mente es mía, mis ojos también son míos. Me insinuo y me siento realizada. Gusto y me siento espléndida. Me lanzo al vacío con los ojos cerrados y con la inconsciencia de que tu no estás aquí, aunque estes siempre a mi lado. No eres mío. Yo no quiero que seas mío. No quiero verte mas, no quiero oirte mas. Desvanecete en la nada mas profunda y déjame en paz. El pasado no importa y el futuro no existe aún, ni para nosotros ni para nadie, así que no pienses en nada mas que en ahora. Y ahora el terciopelo rojo se ha acabado, el porno se ha acabado, el sillón de la sala de estar se ha ido para siempre. La luz está apagada y las plantas han muerto hace días. He echo el amor millones de veces mientras has estado fuera, pensando, lamentándote, gritando. Ahora ya no estoy aquí, ya no soy yo. No intentes recordarme como era pues no me vas a encontrar. Te agradezco todo lo que has echo por mí. Quiero que sepas que te quise. Te quise muchísimo. Pensé que iba a pasar la vida a tu lado, que nada me separaría de tí. Supongo que son cosas que suelen pensarse. Siento un dolor muy hondo en el pecho cuando pienso que no volveré a verte. Siento como si me faltara la respiración. Siento que me desvanezco y que todo carece de sentido. Pero quiero seguir adelante sin tí, quiero irme de aquí. Cuando hablo contigo doy golpes contra el suelo, me retuerzo los brazos y las piernas, me pego cabezazos contra la pared. Quisiera explotar y que la sangre se esparciera por toda la habitación y salpicara todas nuestras fotografías. Esas fotografías que ahora, al mirarlas, me dan lástima. Me dan lástima porque nos veo felices, nos veo juntos. Ahora ya no hay nada de eso. Ahora solo hay supervivencia y yo prefiero no sobrevivir. Esto es el adiós mas verdadero que he podido decir en mi vida a nadie. Espero no tener que volver a despedirme nunca mas, pues el dolor que siento es insoportable. Quisiera cortar el aire con mis dedos, dejar de respirar, volar hasta caer en picado contra el suelo. Te amo y te detesto a la vez. No puedo mas. Déjame respirar. Desaparece de mí. Borra todo tu rastro y sal de mi vida. No quiero estar mas a tu lado y ver como me llamas loca. Dices que voy a estar sola, que nadie va a querer estar conmigo. Yo no lo creo así. Hoy mismo me voy lejos, y no me voy sola, precisamente. El mundo es grande y no eres el único hombre al que pretendo gustar, Frank. Lo sabes de sobras. Roy se viene conmigo. Nos vamos a escribir a alguna parte, a fotografiar, a reír, a hacer el amor, a vivir. No tendré marido, ni tendré a nadie con quien cargar. Eso se acabó. Soy libre y dejaré de serlo cuando yo quiera. Esto no es peor que un final cualquiera.


Adios Frank, adios.
                                                                                         Una.

vendredi, novembre 19

Menage a trois


Esa noche empezó mal a las once, justo después de cenar. Estábamos todos en el apartamento de Pietro, que estaba justo encima del nuestro. Cuando digo todos quiero decir Dia y yo y los chicos. Habíamos cenado abajo pero nosotras no teníamos alcohol así que subimos arriba. Teníamos ganas de beber. Dia y yo habíamos pasado la tarde en el cine Odeón y paseando por Via Torino y estábamos de buen humor. Empezamos con un licor de café que solíamos tomar de postre allí. Cuando se acabó la botella abrimos vodka que habíamos comprado en Standa y lo bebimos con limonada. Hablabamos de todo y de nada. Los chicos no querían salir y tratábamos de convencerles. Fuera llovía y hacía un frío de muerte, pero en Milán si no dejas atrás el frío y la lluvia tendrías que quedarte todo el día dentro de casa. A la una eramos ya dos borrachas en medio de una jungla de pesados mamíferos reposando en el sofá. Que relajados estaban. Que excitadas estábamos nostras. Día y yo seguímos bebiendo mientras ellos veían la televisión. Cogimos música y escuchamos una canción que escuchábamos desde que habíamos llegado y nos hacia sentir mejor que bien. A eso de las dos bajamos a casa y empezamos a vestirnos. Pusimos la canción a todo volumen y el policía que vivía en el apartamento de al lado vino a llamarnos la atención, cosa que no importo demasiado porque a la que nos vio a medio vestir dijo que lo sentía, que solo quería ver que pasaba. ¿por qué los hombres se asustan tanto cuando ven a una desconocida en bragas? ¡no es para tanto!, pensé. Cogimos el paraguas y salimos. Salimos y ya no recuerdo como. Recuerdo solo que llovía muchísimo y nos propusimos hacer una carrera desde el portal. Los chicos miraban desde la ventana. Ellos dieron la salida. Nos pusimos cada una sus auriculares y teníamos que llegar a la parada de autobús antes de que acabara nuestra canción. ¡YA!. Luego recuerdo el frío que sentía, la humedad, el paraguas que caía para atrás por la velocidad que llevaba, a Dia delante de mi chillando y corriendo muy deprisa. Autobús. Cola del Mondays Hug. Guardarropas. Escaleras. Música. Baño. Consumición. Barra. Cuerpos. Dos chicos, dos chicos que bailan con nosotras. Me gustan. Me gusta que estén aquí con nosotras. Estoy borracha y no pienso en nada, no quiero pensar en nada. Bailamos, no recuerdo cuanto tiempo pero debio de ser mucho. Luego salimos. Sigue lloviendo y hace aún mas frío. Nos acompañan. Cogemos un taxi. Dia se sienta en el asiento de delante, yo en el de detrás en medio de los dos desconocidos. Damos nuestra dirección y avanzamos por Via torino hasta el Naviglio. En el taxi los dos desconocidos y yo nos besamos. Me siento en el aire. Me gustan ambos, no sabría a cual elegir. Nos seguimos besando y me percato de que Dia esta mirándonos. Al llegar a casa sale corriendo del taxi y sube a casa. Nosotros pagamos y subimos, parándonos por las escaleras. Entramos en el apartamento y Dia no está, ha debido de irse con Greg a dormir, habitación solo para mí. Entramos arrastrándonos y chocando contra las paredes. Las ventanas están abiertas, entra frío. Nos tumbamos en la cama y miramos la oscuridad. Nos besamos y hacemos el amor a tres.


Por la mañana todo, absolutamente todo, es otra historia.

dimanche, octobre 31


Edith Straber e Françoise Renier


int/noche. Irish pub //Barcelona
Una mesa demasiado grande en un rincón los separa a los dos. Luz ténue. Suenan los Rolling Stones en el hilo musical. Seis botellines de cerveza vacíos en la mesa. Una cámara y una libreta en un banco de madera. Françoise viste unos pantalones de pitillo de color crema y una camisa verde de franela. Edith lleva un vestido negro ajustado, medias rojas y zapatos de tacón.

EDITH
El autobús pasa dentro de veinte minutos. Es el último. Si no lo cojo tengo que quedarme hasta las seis de la madrugada.

FRANÇOISE
Haz lo que quieras, yo no lo sé.

EDITH
¿quieres que me quede, o no?

FRANÇOISE
No lo sé. Como tu quieras, de verdad.


Edith coje la libreta roja y la pone en el centro de la mesa cogiéndola entre sus manos.


EDITH
Voy a ir al baño. Mientras tanto, imagina que esto soy yo. Cuando vuelva, si quieres que me quede, quiero verla a tu lado. Si quieres que me vaya ponla en el mío.


Se levanta y le sonríe. Se aleja.
Cuando vuelve Françoise tiene la libreta en las manos
Se le acerca por detrás. Le abraza y le da un beso en la mejilla.


EDITH
Gracias, no quería irme.

FRANÇOISE
No sé porque lo he echo. ¿que vamos a hacer hasta las seis de la mañana?

EDITH
¿Y eso que importa? ¿Estamos juntos, no? Acabamos de conocernos. No sé nada de ti ni tu sabes nada de mí. No bastan seis horas para conocernos.

FRANÇOISE
¿Que va a decir a él?

EDITH
Nada, ya le he dicho que estoy aquí y que quizás me quedaría.

FRANÇOISE
No lo entiendo

EDITH
No hay nada que entender.


Le coje de las manos.


FRANÇOISE
Me gustas.

EDITH
Y tú a mi.

FRANÇOISE
¿Pedimos otra cerveza?

EDITH
Si, ahora mismo vuelvo


Int/noche. Habitación de Françoise Ala norte de un apartamento inmenso. En la habitación hay una cama enorme en el centro. Suelo con cenefas, de gres. Un armario. Una silla llena de ropa interior. Una guitarra. Françoise trae una botella de ron de la cocina y cierra las puertas. Se estira en la cama. Edith está sentada en la cama.


FRANÇOISE
¿Estas bien?

EDTIH
Si. Me gustaría que me cantaras y tocaras la guitarra.

FRANÇOISE
No, no puedo.

EDITH
¿Por qué?

FRANÇOISE
Me da vergüenza.

EDITH
Anda, no seas tonto. Lo estoy deseando.


Edith se levanta y le acerca la guitarra. Luego prepara dos cubalibres.


EDITH
Toma

FRANÇOISE
Gracias

EDITH
¿estás preparado?

FRANÇOISE
No sé que me pasa contigo, pero consigues que haga cosas que nunca quiero hacer

EDITH
Es fácil, solo imagina que no estoy. Te observaré desde aquí. Me gusta mucho tu nuez.

FRANÇOISE
Te voy a cantar una canción francesa muy antigua, champs elysées.


Françoise empieza a cantar y Edith bebe sorbitos de ron mientras le observa desde el suelo. Mientras Franç. canta Edith siente un deseo irrefrenable. Cuando acaba se sienta a su lado.


EDITH
No sé porqué, pero te quiero. Quiero estar aquí contigo, quiero verte, oírte, tocarte, olerte... Ahora mismo sé que te quiero.

FRANÇOISE
Creo que el ron y las cervezas se me están subiendo a la cabeza.

EDITH
Túmbate.


Françoise se deja caer en la cama y Edith le quita el vaso de las manos. Los deja en el escritorio, se quita el jersey y se pone a gatas encima de él. Le mira a los ojos. Françoise la mira embelesado.


EDITH
¿Quieres besarme?

FRANÇOISE
No lo sé.

EDITH
¿Cómo que no lo sabes?

FRANÇOISE
Quiero. Claro que quiero. Quiero que me beses tu. Je suis pour toi...

mercredi, octobre 27

Escribo la historia de Jan e Luc, dos hermanos gemelos que viven en algún lugar que aún desconozco...
El chico del esmoquin negro y los pantalones color crema de terciopelo

James Carpenter se pasea por los jardines de la facultad a todas horas. Lo veo pasar solo, acompañado de algún amigo, con alguna mujer cogida del brazo, hablando por teléfono, leyendo en voz alta...
He encontrado el lugar idóneo y me paso allí las horas muertas de mi mañana, con un libro entre las manos, deseando verlo pasar. Es curioso, siempre presiento su entrada en escena, es algo sorprendente. Estoy concentrada en la novela hasta que me decido a levantar los ojos y, al segundo, aparece el. La primera vez que lo he visto hoy, a pasado solo. Llevaba un un vaso de plástico en la mano, un café, supongo. Era temprano, así que aún tenía cara de sueño. A veces tiene la mirada mucho mas viva a primera hora de la mañana, pero hoy parecía no haber dormido demasiado. ¿sexo?¿copas?. No quiero ni pensarlo. En fin, ha pasado rápido. He tenido tiempo a ver como sorbía su bebida caliente. Lo he anotado, junto a la hora, en mi cuaderno. He seguido leyendo un buen rato mas, pero no ha aparecido. Siempre acabo por levantarme para ir al baño o a la biblioteca y, al volver, pienso que ha pasado sin que yo estuviera allí. Eso me deprime. Aunque puede que sea una suerte, pues lo que mas odio, es verlo pasar rodeado de chicas. A veces, cuando va acompañado, no me parece él -tal y como lo tengo idealizado-. Me parece un mendrugo rodeado de putas baratas. ¿por qué es tan difícil hacerse notar? No tengo respuesta. Ojalá fuera yo una de esas pécoras que lleva bajo el brazo. Adoraría estar entre sus brazos. Un paseo junto a un esmoquin negro, unos pantalones de vellut...mi gabardina roja no se resentiría. Que buena pareja. Lástima que no sea así.
Sigo observando.

mercredi, octobre 6

Edith Bremmer en alguno de los diminutos reinos de la época.

Hace ya tiempo que no comparto mi tiempo con Edith.
Edith y yo solíamos ir juntas a los almacenes Bremmer todos los sábados por la tarde. A eso de las cuatro de la tarde pasaba a buscarla a su casa e íbamos juntas en el coche descapotable de mi marido. Solía dejarla conducir. Disfrutaba como una niña. Apretaba a fondo el acelerador, entonces el motor ronroneaba y hacía acelerar el coche con fuerza. Cuando encontraba un semáforo en rojo solía frenar en seco. Antes de subir al coche íbamos peinadas. Al salir parecíamos dos espécies exóticas recién salidas de una sesión de montaña rusa. Me gustaba mirarla de perfil mientras conducía. De vez en cuando giraba la cara hacia mí y gritaba - auuuu!. Cuando hacía eso le sonreía y luego apoyaba la cabeza en el asiento y pensaba - hay dios, como te quiero Edith.
Eramos felices. Al llegar lo primero que hacíamos era saltar del coche y darnos un abrazo. Le ayudaba a ponerse la gabardina y luego ella me ayudaba a mí. En la puerta de los almacenes había una cafetería de tonos rogizos, en la que tomábamos un buen café y un vaso de whisky con hielo y un poco de agua. Así nos salían los coloretes, y se nos subía la felicidad a la cabeza.

- Que tal te ha ido la semana?

- Digamos que he perdido un poco mas de dignidad, digo.

- ¿Por qué, querida? ¿Roy no te cuida como te mereces?

- Ojalá fuera eso. Pobre Roy. Cualquier día voy a tener que darle un par de billetes de los grandes y decirle que se vaya a echar un polvo a alguna parte.

- Edith, te he dicho mil veces que aprendas a evadirte, querida. Hay que conservar a los hombres. Ya viste a Cristal, la pobre ha echo demasiadas tonterías y se ha quedado sola.

- Yo debería quedarme sola también

- No digas eso, no aguantarías ni dos días

- Claro que si...

Me acabo el whisky y pido dos copas mas.

- ¿Te has enterado de lo de Emma y Josh?

- No. ¿que ha pasado?

- Emma se ha intentado tirar por la ventana dos veces esta semana. Ambos intentos han sido un fracaso, por supuesto. Esa no quiere matarse, lo que quiere es llamar la atención.

Doy una calada al cigarrillo y suspiro.

- Sus razones tendrá, digo.

- Ojalá se hubiera tirado de verdad.

- No digas eso Dia Davez, no sabes lo que dices. Ven acércate.

Se acerca hacia mi. Le cojo la mano y la miro a los ojos. Luego miro a mi alrededor para cerciorarme de que no hay nadie observándonos. Le doy un beso en los labios. La miro de nuevo. Se ha quedado con una expresión relajada, los labios entreaviertos. Me acerco de nuevo y le acaricio los labios con la lengua.

- Hoy te voy a regalar un carmín rojo mate, de chanel. ¿Te parece?, le digo.

Ella me sonríe. Me sonríe y me dedica una mirada de aprobación que acaba con mi paciencia. Me acerco a ella y la beso sin dejarla respirar.

- Te quiero, Edith.

- Me deseas Dia, y yo te deseo a ti.

- ¿Vamos a por la barra de labios?

- Oui


Alguien nos observa alejarnos desde otra mesa.




Una Devant.

samedi, septembre 25

Nina Ivanisin invade a Uros Furst

Conocí a Nina Ivanisin justo cuando comenzaba a prostituirse. Nos encontramos por primera vez una tarde en una cafetería, en Moscow. Charlaba con Marusa. Estábamos sentados cerca de la barra. Bebíamos café, era temprano. La conversación no debía interesarme mucho y de vez en cuando desviaba la mirada a ninguna parte. En una de esas escapadas Nina hizo su aparición. La vi acomodarse en un taburete, justo detrás de Marusa, un poco a la derecha. Había entrado con un largo abrigo de piel, un gorro de pelo de mapache que le cubría toda la cabeza y unas gafas de sol marrón oscuro. Llevaba los labios pintados de un rojo mate cremoso.
Lo primero que hizo al sentarse fué deshacerse de toda esa indumentária, dejando a mi imaginación idear unos muslos y unos pechos perfectos bajo una falda negra y una camiseta ajustada semitransparente. Era frágil, delgada. Me asustaba mirarla por miedo a que cayera. Esperó a que se acercara el camarero y pidió un café. Mientras le servían buscó algo en el bolso, que aún colgaba de su hombro. Durante un rato me pareció que no encontraba lo que estaba buscando.
Marusa me hizo volver.

- Uros Furst, ¿cuantas veces tengo que decirte que no te despistes mientras te estoy hablando?
- Lo siento Marusa, de verdad. Creo que he visto un ángel.

Marusa se gira y se fija en ella. Luego me mira a mí. Su expresión parece aprobar mi observación.

- Bueno, no está mal. Es decir, está muy bien...

Le sonrío y me tomo el permiso para evadirme un rato mas.
Nina se lleva la taza de café a los labios. Tiñe el borde de la taza de un color rosado. Acomoda la taza en el plato y, furtívamente -o eso me parece a mí- se levanta y se dirije hacia mí.

- Disculpe, ¿me podría dejar un trozo de ese diario y un bolígrafo?

Me pilla totalmente desprevenido, descolocado. No se cuanto tiempo tardo en reaccionar. Con los labios sellados corto, torpemente, un pedazo de papel y se lo tiendo.

- No tengo bolígrafo, lo siento.
- Esta bien, muchas gracias de todos modos.

Se aleja. Marusa me mira soprendida.

- ¿Desde cuando pierdes tu los papeles delante de una mujer?
- Creo que desde hoy. No sé que me ha pasado, Marusa. No sé que me ha pasado.

Me siento un tanto trastornado. Nunca me había pasado algo semejante, y eso es muy cierto.

- Ya no puedo mirarla, Marusa. No sé que ha pasado.
- Estás loco. Requete loco.

La veo acercarse de nuevo. Esta vez lleva todas sus cosas. Parece una espía encapuchada. Se me acerca y me tiende el pedazo de papel que sostiene en su delgada mano derecha escondida en guante de piel negra. Cojo el papel doblado y lo sostengo en la mano. Ella se agacha y me dice algo al oído en una lengua que no entiendo. Su susurro se me repite en la cabeza a una velocidad indescriptible, como un eco que se expande incesantemente. Luego se va.
No me giro a verla marchar. Marusa me mira curiosa.

- Léela, léela.

Desdoblo muy lentamente el papel y leo el contenido.

Por favor, ¿podrías pagarme la taza de café? No tengo dinero. Te lo agradezco. Me has parecido muy amable. Al menos tu forma de observarme era amable.


                                                                                         Nina Ivanisin


Me quedo estupefacto.

lundi, septembre 20

DESCOLGAR EL TELÉFONO

- ¿Diga?
- Hank, soy yo.
- Ah, hola.
- ¿Cómo estas?
- Con ganas de follar contigo, ya lo sabes.

Silencio. Oigo su respiración a través del auricular. Parece tranquilo.

- Lourdes me ha dicho que no te encuentras bien.
- ¿Y esa que coño sabe?
- Sabe lo que ve. Me ha llamado esta mañana. Dice que ayer fue a verte y te negaste a abrirle la puerta, que te hiciste el sueco y no le respondiste.
- Normal, estaba follando con Maddie, no pretendías que saliera con la polla al aire a recibir a tu querida Lou.

Silencio. Me muerdo los labios. Que se ha creído el muy cerdo.

- ¿quién es esa Maddie?
- Maddie es Maddie
- Veo que no pierdes el tiempo, Hank.
- No pierdo el tiempo, no. ¿Que esperabas?
- Pues esperaba que almenos te dieras un tiempo para pensar.
- ¿Para pensar el que, si puede saberse? ¿que me has dejado tirado? ¿que te piensas
que puedes hacer lo que te dé la gana conmigo por tener un buen cuerpo y una cara bonita? Ni lo sueñes bonita.No, gracias.

Silencio. Será cabrón el hijo de su madre.

- Veo que no tienes muchas ganas de hablar conmigo.
- No, tengo ganas de follarte, Catia. No quiero hablar contigo. Quiero cerrarte la boca de un mordisco, atarte a los barrotes de la cama y follarte hasta oírte aullar de placer. Eso es lo que quiero.
- Y, ¿que me dices de tu querida Lou?
- Lou me gusta también.
- Pues entonces no hablemos más.
- que pasa, ¿te piensas que eres la única que puede darme lo que quiero?
- Eso creía yo. Menuda imbecil.

Lou.

samedi, septembre 18

EL SOMBRERO ROJO

A la mañana siguiente el hombre de la gabardina no apareció. Me sentí un poco triste, quizás demasiado, y no entiendo el por qué. Puede que inconscientemente lo hubiera empezado a considerar parte de mí, pero pensar eso es una tontería. No lo conozco de nada y no me interesa - aquí quizás miento-. Intento hacerme creer que lo más importante para mí ahora mismo es que ayer me divertí. Me gustó verme en la cafetería sirviendo mis cafés. Por la noche estuve mirando las cámaras de seguridad, analizando mis movimientos. Me gusté. Miré una hora entera, la primera, de la grabación. Lo vi entrar de nuevo, buscar un perchero inexistente, mirarmelas piernas mientras preparaba su café, bebérselo sorbito a sorbito en mi ausencia, escribir en una libreta, arrancar una hoja, doblarla cuidadosamente y dejarla caer al suelo. ¡Dejarla caer al suelo! ¿Habría escrito algo para mí? Fué lo primero que me vino a la cabeza. Maldito egocentrismo. Pensé en bajar a bajo y buscar el trozo de papel, pero Clau ya había barrido el local,y estoy segura de que no se le puede haber pasado por alto.
Pensé en llamarla para ver si lo había encontrado y guardado, aunque me lo hubiera dicho. Mas eso no era posible, pues Clau vivía aislada de la sociedad, sin teléfono aún. Que decepción.
Empezaba a estar demasiado obsesionada con todo esto. Daban las doce de la noche y no tenía planes. Me sentía eufórica metida en el inmenso ático. Abuelo, tuviste una gran idea en dármleo a mi. Roger no hubiera echo mas que hacer el golfo trayendo a cuatro furcias marranas -pensé para mí mientras saltaba por el comedor. Una agradable sensación me recorría todo el cuerpo. Al rozar el candelabro y hacerlo caer ahogué un chillido de felcidad. Y de prontó, sin preaviso, sentí la necesidad de salir a dar un paseo y perderme en la noche.
La Barcelona que antes tenía tan lejos estaba ahora muy cerca, quizás demasiado. Sus locales repletos de gente, sus bares de diseño, sus apestosos y sucios metros, las calles...todo para mí -pensé mientras me vestía. Dejé la ropa interior tirada en el suelo. Apagué las luces del piso de arriba y bajé agilmente las escaleras - intentando imitar los pasos largos de esas atractivas bailarinas de ballet-.
Me puse la gabardina y salí a la noche. El frío heló mis mejillas. Miré las puertas de la cafetería y ya tenía unas ganas increíbles de que fueran las siete de la mañana. Continué andando. No había nadie en la calle. De vez en cuando, al girar alguna esquina, encontraba a alguien paseando. Era extraño pero, por primera vez, no sentí miedo.
Suelo tener miedo a la oscuridad, a la soledad. Me extrañó haber dejado atrás todo eso.

Fué entonces, cuando llevaba más de media hora caminando sin rumbo, que algo llamó especialmente mi atención: una pequeña puerta, con un letrero parpadeante en el que se podían leer las letras: El sombrero rojo, escrito en francés. En la puerta, un hombre alto y corpulento, fumaba un cigarrillo mientras observaba la calle con aire aburrido. Al verme, me invitó a entrar.

samedi, septembre 11

Miradas evasivas

Escuchaba Angus & Julia Stone cuando lo conocí. Acababa de llegar a casa. Había pasado la tarde en Barcelona dando vueltas con Paul, hablando de todo y de nada. La relación entre ambos empezaba a enfriarse. Hacía poco que lo conocía. Me acosté dos veces con él en su apartamento y a partir de ahí todo fue disminuyendo hasta la nada. Nuestros paseos carecían ahora de sentido, nos limitabamos a hacernos compañía mientras recorríamos las calles. Y esta, había sido una de esas sórdidas tardes, llenas de miradas evasivas a ninguna parte.

Mientras esperaba el autobús de vuelta a casa pensé en no volver a verle jamás, pero algo me decía que realmente no era lo que quería. Por un momento había creído no necesitarlo, pero en realidad lo necesitaba. Paul se iría, tarde o temprano, y yo me quedaría aquí. Entonces me vería obligada a empezar de nuevo.

Llegué a sentirme mal durante el tr
ayecto de vuelta. Había anochecido, y a través de los cristales del autobús podía ver como en los salones se encendían las luces y personas se sentaban en sus mesas, habitaciones parpadeaban, un hombre estiraba sus brazos en una butaca delante del televisor, un gato asomaba la cabeza por la ventana, alguien se cepillaba los dientes frente al ordenador. Sin razón aparente me sentí terriblemente desafortunada.
Cuando llegué a casa y vi que todo estaba a oscuras me sentí mucho peor. Hacía dos semanas que vivía sin luz, pues había olvidado pagar la factura y me habían cortado el suministro. Encendí una velita que tenía en la entrada y fuí, de habitación en habitación, encendiendo todos los candelabros. Decidí no volver a pagar ninguna factura de luz nunca mas. Me preparé una tortilla para cenar y tosté dos tostadas.

Me desnudé y me tumbé en el sofá. Encendí el ordenador y vi que quedaban dos horas y media de batería. Un tiempo perfecto y finito. Antes de tener limitaciones de tiempo me pasaba noches sin dormir delante del ordenador, ahora eso se había acabado. Lo primero que hice fue ir a Pych. Me habían llegado un par de cartas online de unas personas con las que había contactado esa misma tarde. Una e
ra de Nathan y otra de Elene. Me decanté por leer primero a Nathan. Parecía tener muchas cosas interesantes que contar, o almenos eso me había parecido este mediodia cuando había hablado con él. Me invitaba a ir a cenar. Pero ya era tarde para eso. Siempre acabo perdiendo oportunidades exquisitas. Que pérdida de tiempo. La situación acabó por deprimirme aún más, así que cogí una taza de té caliente y me senté frente al televisor con el propósito de perderme entre la muchedumbre al menos hasta mañana. El mañana es otra historia.


Una.

pd: perdonad que publique
cosas sin sentido pero últimamente no siento necesidad de continuidad.

jeudi, septembre 9

El trabajo consistía en la creación de esperma

Me levantaba temprano, a eso de las cinco y media de la mañana. Con el sonido del despertador un calambre saqueaba mi cuerpo y mis ojos se abrían como platos. A mi lado, Piero, dormía. Le besaba en la mejilla y le acariciaba las nalgas antes de levantarme. Solo tres minutos más, me decía. No conseguía despertarlo y aprendí a rendirme pronto. Me levantaba desnuda y me arrastraba hasta la ducha frotándome los ojos con las manos. Me miraba las caderas en el espejo mientras el agua se calentaba y me tocaba el pelo para desenredarlo. La ducha me despertaba. Mientras me enjabonaba pensaba que un nuevo día iba a transcurrir y pensaba que vería a Jaime en el hospital, eso me hacía sonreír y acababa llenándome la boca de agua y escupiéndola hacia arriba, feliz. Al salir me ponía el albornoz y me secaba el pelo con una toalla pequeña. Me dirigía a la cocina y me sentaba en la mesa a desayunar el café y los frutos secos que había dejado preparados por la noche - adoro el café helado, incluso en invierno -. Acabado esto, me vestía y salía. En el tranvía veía los mismos rostros de siempre, cansados, recién levantados. Al llegar al hospital me sentía, como siempre, deprimida. Entraba en el despacho y me desnudaba. Me quitaba las bragas y el sujetador, liberándome el sexo y los pechos. Me ataba la bata con suma cautela y me sentaba a esperar el sonido de la puerta. Algún compañero entraba de vez en cuando ofreciéndome una taza de café caliente - la cual siempre rechazaba - con la excusa de echar un vistazo. A su hora, las siete y treinta y cinco minutos, se oía la puerta y Ray entraba en la consulta.

- Buenos días señor Raymond
- Buenos días señorita Denia

Intercambiados los acostumbrados saludos Ray se tumbaba en el diván y esperaba la llegada de mis muslos con una extraña impaciencia.

(lo repasaré mañana, tengo sueño)
Una.

samedi, septembre 4

Cuenta mis huesos

Cuando empecé a salir con Ray desconocía su atributo especial, su guirnalda de bienvenida, su cinismo asqueroso. Se me presentó como alguien pequeño, desgraciado, desesperado. Resultó ser un sucio bastardo al que no dejaría de patearle el culo jamás.

Recuerdo la primera cena. Parecía nervioso y me daba muchísima pena. Al sentarnos a la mesa tiró la copa dando un golpe a la mesa con sus torpes y delgados muslos. Se disculpó con nerviosismo. Juro que parecía que iba a salir corriendo en cualquier momento. Cuando le miré a los ojos vi que pedía socorro a través de sus pupilas, con una fuerza y una desesperación que antes jamás había visto surgir en nadie mas.

- Discúlpame, lo estoy haciendo mal, dijo Ray

No pude evitar reírme. Parecía saber que detestaba estar a su lado. Hubiera preferido cualquier otra compañía.

- Oye, tranquilo, no importa. Me parece divertido.
- Ya veo.

Se quedó callado durante un buen rato y yo no supe que decir. Esperamos a que llegara el camarero y pedimos dos limonadas y una ensalada griega, escogidas por mí, por descontado. ¿Cómo Ray iba a abrir la boca delante de aquel camarero?. Cuando se alejó le pregunté:

- Oye, y tú ¿por qué no hablas?
- Yo sí que hablo
- Bueno, ya me entiendes. No has abierto la boca cuando el camarero se ha acercado.
- No tengo por que darte explicaciones Desideria, esto no es asunto tuyo.
- Muy bien, muy bien. Me parece increíble.
- Lo sabía. Sabía que cuando me vieras te arrepentirías de estar saliendo conmigo.
- No es eso - mentí.
- Si, si que lo es. Dame tiempo Desideria. Yo no soy fácil al principio, me cuesta despegar. Soy como una de esas primeras avionetas que apenas tenían fuerza para elevarse unos metros del suelo - esto lo dijo friamente.
- Me gustas mucho, Ray, me gustas muchísimo.
- Tu a mi también.
- ¡mira! ¡ahí llegan nuestras limonadas!
- Odio la limonada
- Pues mejor, así bebo yo las dos.

Ray no pidió nada. No bebió nada. Se dedicó a observarme durante toda la noche. Luego me acarició las piernas y la espalda. Mas tarde me besó. Días después hicimos el amor. Meses después empezaba a elegir él los menús cuando salíamos a comer o cenar. Años después me dejó, justo el día en que yo estuve segura de que lo amaba.

Por Una Devant

samedi, juin 26

Simulador de Una
Por Louise Kine

Quiero que seas mío. Quiero que me lleves a pasear y me cojas de la mano. Quiero que me acaricies el pelo y me digas que estoy preciosa. Quiero que compremos muebles y nos vayamos a vivir a algún lugar, tu y yo, sin nadie más. Quiero que me hagas olvidar el pasado y vivamos en el presente. Quiero que me hagas el amor en la cocina, en el baño, en el salón, en la habitación, en la azotea, en el portal, en el ascensor, en la acera, en las tiendas y supermercados, en el trabajo. Quiero que me toques hasta que esté exhausta y te ruegue parar. Quiero que me fotografíes. Que captes en cada instante cada una de las partes de mi cuerpo. Quiero que me inmortalices. Quiero que bebas mi sudor. Quiero que me hagas de comer. Quiero, quiero y quiero. Quiero de todo y más, pero lo quiero contigo. No quiero que nadie me mire, que nadie se me acerque. Quiero entregarme a tu persona, a tí. No quiero que veas a nadie, que mires a nadie. Quiero que nos vayamos lejos y no dejemos nunca de estar juntos. Da igual lo que eso suponga, no me importa. No me importa volverme loca y llegar a beber mi propia orina. No quiero que nadie te mire, que nadie sepa que existes. Eres para mí.
No te conozco pero quiero que seas mío. ¿Cómo hacerlo? Quiero ser exclusivamente tuya. No existen mas piernas, mas brazos, mas pechos, mas vaginas en el mundo. Quiero que me mires y me veas solamente a mí. Una espécie extraña, nunca vista. No hay categorías: mujeres, putas, obsesas. No existen similitudes: no hay mas labios, mas dientes, mas lenguas. No existe nada para tí que no sea yo.
Nunca he amado tanto. Nunca he sentido esta violencia y estas ganas de destrucción. Nunca he querido estrangular, violar y corromper como ahora quiero.
Todo eso es lo que deseo y lo tendré. Lo demás no me importa. Pagaré lo que tenga que pagar. Daré hasta mi último dedo. Lo que sea. Pero tu estarás a mi lado, serás mío y solamente mío.
Adios a la vida de Una. Una Mehrje es para tí.

mercredi, avril 28


Beso perdido
Por Lou Kine

Es algo memorable, algo para recordar. No eternamente, quizás, pero almenos por un tiempo. No cada día uno encuentra a su ot
ro yo. No cada día una se pone un antifaz para ir a una fiesta. En compañía inglesa pasa desapercibida, dejando rastro de perfume y pasos por todas partes. Alguien le tiende la mano.

- ¿Eres tú?
- ¿quién?
- Tú
- Por supuesto que soy yo...quién voy a ser sino yo
- Pero, ¿que clase de yo?
- Un yo extraño, oculto.- ¿Como te llamas?
- Adrien
- Hola Adrien
- Hola...
- ¿Te apetecería un beso?
- Pregúntale a él
-¿Can I kiss her?
- yes...
Y alguien besó mis labios mientras mis párpados apretaban mi cristalino de una forma desgarradora. Un impulso eléctrico hizo temblar mis extremidades, mis L....todo mi cuerpo flojeó. Cuando tuve fuerzas para quitarme el antifaz él había desaparecido.
Le busqué por todas partes, pero no lo encontré.
¿Cómo voy a encontrar unos labios como los suyos?
No sabía como pero lo haría. Por más que preguntara a Thomas como era, obtenía una respuesta negativa. Se limitaba a decirme que no se acordaba, que no se fijó, que ni siquiera estaba seguro de que fuera un hombre. Estuve toda la noche intentando sacarle una única palabra, un único dato que me ayudara a entender como poder encontrarlo.
Recordaba el olor de su respiración, la temperatura de su piel…pero sobre todo sus labios. Sentí tal necesidad de verlo, de contemplarlo y poder abrazarlo que me derrumbé. Esa noche, que debería haber sido divertida, se convirtió en el principio de una larga búsqueda sin fin. Bebí como nunca había bebido. Miraba a todos y cada uno de los chicos que me rodeaban, buscando una mirada cómplicidad y afirmación. Algunos me miraban mientras bebía sentada en la barra. Thomas se hartó de mí y se fue. Me dejo sola y quizás no hubiera debido hacerlo. Me sentí mas sola que nunca. Necesitaba a alguien que no conocía, que no sabía quién era. Quiero tenerlo a mi lado. Quiero tenerte a mi lado.

- ¿Dónde estás?



lundi, avril 26


Correspondencia privada con T
Por Louise Kine

Querido Señor T,

Siento que a veces la moral debería dejar de existir. El bien y el mal no sirven para nada mas que para cohibir la libertad de uno mismo. Los hombres africanos tienen derecho a tener muchas mujeres en sus vidas, pero eso aquí está mal visto, pues nadie lo tiene en cuenta seriamente. Si así fuera muchos estaríamos deseando emigrar hacia áfrica para poder ser amados de forma completa.
¿Por qué estar con alguien implica fidelidad? ¡Yo no dejo de querer a Dan por hacer el amor con usted! Estoy loca por sus huesos y deseo besarle cada vez que lo veo. Cuando lo tengo cerca no puedo evitar estremecerme y temblar de placer. Sus pasos al andar, su acento al hablar...consiguen que aflore algo de mi interior.
Dan, por otro lado, está contento, y yo estoy contenta. Hacemos el amor a diario sin ningún resentimiento. Nunca pienso en usted, ni me gustaría. Dan es un magnífico fornicador. Me pregunto si habrá practicado con alguien más...pero es algo que el niega firmemente.
Es solo que... cuando le veo a usted, cuando leo su nombre en algún lugar, algo se agita en mi interior y me impulsa a intercambiar palabras con usted de una forma incalculablemente abrumadora. Necesito respirar y serenarme antes de escribir p
orque mi cuerpo no responde. A veces incluso lloro cuando sé que usted está en su apartamento haciendo el amor con chicas mediocres porque no puede estar conmigo, y eso es algo que me repugna. Necesito que me dé su opinión sobre el tema y deje de hablarme de amor y demás tonterías de las que ultimamente se dedica a hablarme cuando nos vemos. También quiero pedirle que no vuelva a llamarme vulva, pues resulta una palabra muy ofensiva para las personas que nos rodean en los bares - siempre nos miran cuando la pronuncias -. Podrías hacerlo solo cuando estamos en tu apartamento.
He estado pensando que podríamos hacer un pequeño via
je a alguna parte. Dan se marcha a Buenos Aires este verano y yo no estoy dispuesta a coger una avión para caer al océano.
Espero que leas esto al volver de tu reunión y puedas contestarme antes de mañana.


Besos señor T. Cosquillas.

PD: te dedico esta fotografía. Acabo de tomarla para tí. Estoy rendida.
Per se... bisous...






L.

mardi, avril 6

Tentación
Por Louise Kine

Escribo en Times. Estudio. 21h.

Necesito una ducha. Hoy no tengo tiempo de pararme a escribir. Necesito decir algo y es que la tentación está a la orden del día. Una tentación de esas de las que no puedes desengancharte, que te tienen absorvida, obsesionada. ¿Qué clase de ideas me pasan por la cabeza esta primavera?. Necesito una buena cerveza acompañada de buenas palabras que consigan darme lo que no me da la canción que estoy escuchando. ¡Que buena armonía transmite la dichosa canción! y pensar en el sol, en el parque, el la hierba, en un barco diminuto de juguete, un velero...que me hace feliz. En fin, espero que esta semana de exámenes pase pronto...aunque no quiero perder las horas! Ya dormiremos cuando seamos mayores y el tiempo pase mas lento. De momento...a disfrutar, incluso de la tentación.

dimanche, avril 4

Trayecto de Siracusa a Milano, PART I
Por Louise Kine

Escribo con Baskerville, en el estudio; Abril; '10

El tío de Salavatore nos llevó en coche a la estación de Siracusa hace un año. Recuerdo el trayecto, por una autopista gastada, llena de baches y curvas peligrosas. El viejo seat panda de color azul avanzaba con nosotras dentro a 140 km por hora. Parecía increíble que pudiera alcanzar tal velocidad. Acababamos de comprar unos arancini - una espécie de bombas rellenas de arroz y mozzarella- para el viaje. Las sostenía cuidadosamente sobre mis piernas desnudas. No habían cinturones en la parte trasera del panda, así que Adrien y yo estábamos aterrorizadas imaginando el próximo bache y viéndonos salir volando por el cristal delantero. Nos miramos confundidas hasta que llegamos a la estación. Suspiré, aliviada.

Hacía solo tres días que estábamos en la isla y recuerdo las ganas que teníamos de marcharnos. Aún debíamos quedarnos una semana mas en casa de Salvatore, pero ideamos la escusa perfecta y escapamos a las procesiones, los bares llenos de cabezas rapadas y las noches en el apartamento de la playa. Salvatore solía llevarnos a dormir allí, después de tomar unas cervezas.
Una noche, después de tomar un par de cervezas, o tres, en una terraza al lado del mar, recuerdo que subimos al panda. Salvatore conducía, yo era su copiloto. Estaba un poco bebido, aunque no demasiado. Tenía miedo, pero almenos en el asiento delantero podía abrocharme el cinturón. A medio camino paramos en una gasolinera. Salvatore bajó del coche, Adrien y yo nos miramos, alucinadas, al ver que volvía con un vaso de ron. Me pidió que se lo sosteniera mientras conducía y, de vez en cuando, me pedía que le diera de beber un sorbito, y otro, y otro... Escuchábamos canciones deprimentes, que una emisora de mala muerte estaba emitiendo a esas horas de la noche. Bajé la ventanilla y saqué el brazo para sentir el viento. Me hizo notar la fugacidad de la vida, era uno de esos momentos en los que todo te pasa por la mente y sientes que no mereces estar allí, o aquí, en este mundo. Por un momento me sentí bien, me sentí formar parte de las carreteras que nos rodeaban. Llegamos a la casa del mar y bajé del panda para abrir la verja. Oí como el motor se apagaba. Subimos al apartamento y fingimos estar literalmente muertas de sueño. Después de insistir durante mas de media hora Salvatore se dio por vencido y nos dejó ir a dormir en paz.
Nos metimos en la habitación y nos tumbamos en la cama, mirando al techo. En una de las paredes la virgen María nos obsevaba con aire abstraído.

- Que te parece todo esto?
- Es increíble Adrien, increíble.

Adrien y yo nos echamos a reír. Lo hicimos en silencio evitando que Salvatore golpeara nuestra puerta en busca de asilo. Que horror. Esa misma noche planeamos huir.
A la mañana siguiente dimos la notícia a Salvatore y sus familiares. Así fué como volvimos a la estación de Siracusa esperando el retorno.

Llegar a una estación y esperar al tren que te llevará de vuelta a casa es una de las mejores sensaciones que he vivido estos últimos meses. En Milano esperaba algo, que aunque estaba ahora en Nápoles, no tardaría nada en llegar. Le quería dar una sorpresa. Saludarle por la ventana, sonreírle y verle sonreír.

Salvatore nos ayudó a subir el equipaje, mientras se lamentaba por dejarnos marchar. Es una pena, es una pena... decía. Llegué a sentirme muy mal, a creerme malvada. ¿por qué irme así si ha hecho de todo por mí? Me dio comida, un lugar donde dormir, experiencia, lugares nuevos... incluso una gramática italiana adquirí de su tia Giulia. Eran tan amables... En fin, la cuestión es que ahí estábamos. Escogimos un compartimento ocupado por un señor mayor. Prometio a Salvatore que nos cuidaría durante las 22 horas de viaje. No es fácil atravesar un país entero sin un hombre que vigile a dos chicas tan bonitas, balbuceó en un italiano con claro acento siciliano. Adrien y yo nos miramos y al mirarlo de nuevo sonreímos de oreja a oreja. Muy amable señor, contestamos. Elejí el asiento que daba a la ventana. Le dije a Adrien que quería tomar unas notas durante el viaje y accedió a que ocupara ese asiento, que ambas considerábamos privilegiado. El otro asiento que daba a la ventana estaba ocupado por Bigotti, así fué como apodamos al señor misterioso del compartimento 23A, segunda clase.
Salimos al pasillo y abrimos la ventanilla. Salvatore y su tío esperaban nuestra partida desde el andén. Tenían un aire deprimente. Salvatore estaba del todo despeinado esa mañana, no recuerdo por qué decidió no peinarse, la cuestión es que así era.
El revisor nos pidió los billetes y sellamos la salida. El tren emitió su último silvido y empezó a moverse muy lentamente. Salvatore se hizo pequeño mientras nos saludaba frenéticamente con la mano. Cuando despareció de nuestra vista y el tren empezaba ya a coger una velocidad aceptable, Adrien y yo nos mirámos y sonreímos satisfechas. Habíamos conseguido lo que queríamos, pero, aunque no le pregunté nada, sabía que ella, en el fondo, también sentía ese sentimiento de cobardía y maldad que invadía mi cuerpo.
Pasé la primera hora anotando en mi moleskine las reglas básicas de la gramática italiana. Motivada por Giulia, había decidido traducir, a mi llegada a Milano, una novela de Haruki Murakami - La fine del mondo e il paese delle meraviglie -, que aún no había estado editada en España. Esperaba que mi padre pudiera leerla y darme su opinión, él adora a Murakami tanto como yo.
No recuerdo si era en Palermo o en otro lugar que, inesperadamente, alguien irrumpió en el vagón. Recuerdo que vi entrar una maleta verde, gastada; una mochila viajera de color azul, muy grande y llena a rebosar; una casita con un patético perrito dentro; una bolsa llena de comida; y, por último, dos jóvenes con aire descuidado entraron en el compartimiento y pidieron permiso para acomodarse.

- Pues yo creo que ya teneis todas vuestras pertenencias aquí dentro, no creo que el permiso sirva de mucho

- Pues es verdad

Contestó una voz grave, que provenía de un cuerpo frágil y pequeño. Me limité a sonreír.
Como cuando se encuentran individuos de semejante edad, sucedió lo que sucedió. Y lo que sucedió cambió algo en mí. Os lo explicaré mas tarde.