mardi, janvier 3

Jay

He soñado que Jay me desordenaba la mesa. Lo movía todo, a su antojo. Tiraba todo lo que a su parecer no servía. He llegado a casa y nada estaba en su lugar. La cocina se había transformado en un baño-cocina, mi habitación había desaparecido y estaba fusionada con los muebles del salón.
En lo que quedaba de mi antiguo escritorio había dejado un envase grande de Salmón ahumado, Noruego. Era caro, se veía por el packaging y el color del salmón. Son navidades, quizás se deba a eso, pienso.
Pero luego llega Jay, y me descoloca.

- Ed, ¿que ha pasado aquí? -me pregunta Jay sorprendido
- Ja! -digo yo mientras me río.
- Te lo digo en serio, ¿que coño has echo?
- ¿yo? -pregunto sorprendida-, ¡vaya gracia!
- Eres una descarada.

Jay entra en su habitación y no encuentra sus muebles, sino una mezcla de vacío y muebles de Rebeca.

- ¡Estáis completamente chifladas! -chilla desde la habitación-.

Ahora si que acabo de alucinar del todo. Resulta que no ha sido el tarado de Jay el que ha echo esto. Tampoco Rebeca, eso lo sé seguro. Ella no es así. Ella es recatada y formal, no se le ocurriría molestarnos con una cosa parecida.
Entonces llaman a la puerta.

- Jay, ¿vas a ir tu? -le chillo desde mi salón-habitación.

Espero a que sea el el que vaya a abrir la puerta. He cogido un libro y estoy tumbada en mi cama, que ahora está justo en el medio del salón. He dejado el salmón a un lado y sigo pensando si considerarlo un regalo navideño.
Oigo ruido. Voces de niño y la voz de Jay.
Alguien entra al salón, un niño africano. Parece un hombre pues habla y actúa como tal. Se acerca y me mira. Luego mira el salmón.

- ¿Te ha gustado? -me pregunta
- ¿El qué?-digo asustada, no entiendo qué tiene que ver nada con él.
- El salmón. Te lo he traído desde Noruega -dice naturalmente
- Pero, ¿quién eres tú? -le pregunto, incrédula.
- ¿No te acuerdas de mi? -pregunta el niño de tez marrón.
- ¡JAY! -chillo
- Jay se ha ido, le he pedido que nos deje a solas -me dice tranquilamente
- Pero, ¿de que estás hablando? -digo- ¡Jay!

Nadie contesta. De repente me encuentro con sus ojos clavados en mis pechos. Me miro y me doy cuenta de que estoy desnuda. Me tapo lo más rápido que puedo y las sábanas me llevan lejos, a algún lugar.
Estoy ahora en medio de una calle. A mi lado está el niño de tez marrón, que me guía dándome la mano. No sé a donde vamos, pero no conozco el lugar. De repente gira una calle, al final de la cual hay un cartel luminoso en el que la luz parpadea sin parar. Puedo leer: Le desordre c'est moi.

¿Existe algo más simbólico?

Despierto y escribo.