vendredi, novembre 27

Carrol sabía que cualquier día las cosas iban a cambiar para él. Lo presentía porque nunca hasta el momento le había sucedido nada que el quisiera. Nunca se había sentido abatido por nada ni por nadie, y eso estaba por desvanecerse. De ello estaba seguro.

Carrol vivía en una fábrica. Por las noches atravesaba la puerta. Subía por el gran ascensor de mercancías hasta el primer piso. Atravesaba un taller repleto de cuadros a medio pintar y se hacía paso entre botes de pintura y restos de cartón hacia su hogar. Entraba sin tener que abrir cerradura alguna.
Encendía las luces. Ante el sus queridas pertenencias. Su sofá, su mesa, su cocina y la gran vidriera que le recordaba que existía un mundo exterior.
Solía coger su saxofón nada mas llegar. Limpiaba cada una de sus piezas y lo montaba. Hecha la faena lo dejaba sobre el sofá y se quitaba los zapatos y los pantalones y quedaba con una camiseta interior. No solía tener frío en las noches de otoño.
Cuando se colgaba el saxo al cuello empezaba a tocar. Lo tocaba con los ojos cerrados, concentrado a todos y cada uno de los sonidos que emitía. Tocaba dirigiendo la melodía hacia el sofá vacío, como si tocara para alguien. Emitía un sonido extremadamente dulce y estremecedor. Como si lo hiciera todo para la mujer que, estirada en el sofá, desnuda, lo escuchaba absorta en todas y cada una de las notas que desde su mas profundo aliento emitía.
Pero al terminar la melodía un silencio ensordecedor inundaba el apartamento. El sonido había viajado hacia otro lugar. Y cuando Carrol abría los ojos se sentía eternamente triste y solitario.
Dejaba caer el saxo en la moqueta y se estiraba en el suelo, donde por unos instantes dejaba que su mente pensara en lo que se le antojara.
Y se daba cuenta, de que, incosncientemente, en cada uno de esos instantes que le regalaba a su mente, esta se dedicaba a pensar en Nora. Y Nora, por desgracia, ya no estaba allí.
Y aunque no estuviera allí en realidad si lo estaba. Estaba en su vida, en sus recuerdos. Nora lo fue todo para él. Y Nora desapareció dejando todo el apartamento lleno de recuerdos, del que Carrol ahora tenía que hacerse cargo.
Y a cada paso que daba encontraba su rastro. Y deseaba decirle que se lo llevara todo de allí, que desapareciera de verdad.
Pero por mucho que chillara nadie le escuchaba, porque la muerte no da ojos ni oídos, no da vida ni dolor.
La muerte deja el rastro de todo lo que se lleva. Cosas que nunca desaparecerán de la faz de la tierra y de las que no podemos desprendernos, porque son lo único que nos queda.
Y Carrol no sabía que hacer con todo aquello. Pues el dolor que sentía estaba acabando con él.
La soledad mas sola, reflejada en el cuerpo desnudo tumbado en el sofá, que hace que escucha pero en realidad no existe.

LOU

dimanche, novembre 22

Escucho en silencio el grito de los grillos en la noche, el del viento que se refugia entre las ramas de los árboles, el temblor de la niebla que se amontona en los bordes del camino.
Camino lentamente por el sendero que me lleva hasta el faro. Mi mente: en blanco. Pienso en los sonidos que me rodean y siento el viento que me roza la piel, mis pies que dañan el suelo. No quiero sentir lo que dejo atrás, sino lo que más adelante me espera. A lo lejos se oye el mar. Las olas deben estar chocando contra el acantilado, lo hacen sin cesar, segundo a segundo. La naturaleza no descansa.
No tengo frío, me siento bien. Tengo miedo de encontrar algo que no sea capaz de ver.
Sigo caminando, acelerando el paso a medida que me adentro en el bosque. Estar lejos de la civilización me hace sentirme inmensamente pequeño y frágil.
Necesito llegar al acantilado y ver que hay un final. Siento angustia de no poder encontrar el camino, de perderme y no poder volver atrás. No puedo dejarme llevar,a medida que avanzo me invade el miedo.
Las manos se me inundan de sudor. Tengo frío. Tengo miedo....
pero,
¿de qué?


Lou