mercredi, octobre 6

Edith Bremmer en alguno de los diminutos reinos de la época.

Hace ya tiempo que no comparto mi tiempo con Edith.
Edith y yo solíamos ir juntas a los almacenes Bremmer todos los sábados por la tarde. A eso de las cuatro de la tarde pasaba a buscarla a su casa e íbamos juntas en el coche descapotable de mi marido. Solía dejarla conducir. Disfrutaba como una niña. Apretaba a fondo el acelerador, entonces el motor ronroneaba y hacía acelerar el coche con fuerza. Cuando encontraba un semáforo en rojo solía frenar en seco. Antes de subir al coche íbamos peinadas. Al salir parecíamos dos espécies exóticas recién salidas de una sesión de montaña rusa. Me gustaba mirarla de perfil mientras conducía. De vez en cuando giraba la cara hacia mí y gritaba - auuuu!. Cuando hacía eso le sonreía y luego apoyaba la cabeza en el asiento y pensaba - hay dios, como te quiero Edith.
Eramos felices. Al llegar lo primero que hacíamos era saltar del coche y darnos un abrazo. Le ayudaba a ponerse la gabardina y luego ella me ayudaba a mí. En la puerta de los almacenes había una cafetería de tonos rogizos, en la que tomábamos un buen café y un vaso de whisky con hielo y un poco de agua. Así nos salían los coloretes, y se nos subía la felicidad a la cabeza.

- Que tal te ha ido la semana?

- Digamos que he perdido un poco mas de dignidad, digo.

- ¿Por qué, querida? ¿Roy no te cuida como te mereces?

- Ojalá fuera eso. Pobre Roy. Cualquier día voy a tener que darle un par de billetes de los grandes y decirle que se vaya a echar un polvo a alguna parte.

- Edith, te he dicho mil veces que aprendas a evadirte, querida. Hay que conservar a los hombres. Ya viste a Cristal, la pobre ha echo demasiadas tonterías y se ha quedado sola.

- Yo debería quedarme sola también

- No digas eso, no aguantarías ni dos días

- Claro que si...

Me acabo el whisky y pido dos copas mas.

- ¿Te has enterado de lo de Emma y Josh?

- No. ¿que ha pasado?

- Emma se ha intentado tirar por la ventana dos veces esta semana. Ambos intentos han sido un fracaso, por supuesto. Esa no quiere matarse, lo que quiere es llamar la atención.

Doy una calada al cigarrillo y suspiro.

- Sus razones tendrá, digo.

- Ojalá se hubiera tirado de verdad.

- No digas eso Dia Davez, no sabes lo que dices. Ven acércate.

Se acerca hacia mi. Le cojo la mano y la miro a los ojos. Luego miro a mi alrededor para cerciorarme de que no hay nadie observándonos. Le doy un beso en los labios. La miro de nuevo. Se ha quedado con una expresión relajada, los labios entreaviertos. Me acerco de nuevo y le acaricio los labios con la lengua.

- Hoy te voy a regalar un carmín rojo mate, de chanel. ¿Te parece?, le digo.

Ella me sonríe. Me sonríe y me dedica una mirada de aprobación que acaba con mi paciencia. Me acerco a ella y la beso sin dejarla respirar.

- Te quiero, Edith.

- Me deseas Dia, y yo te deseo a ti.

- ¿Vamos a por la barra de labios?

- Oui


Alguien nos observa alejarnos desde otra mesa.




Una Devant.