samedi, septembre 11

Miradas evasivas

Escuchaba Angus & Julia Stone cuando lo conocí. Acababa de llegar a casa. Había pasado la tarde en Barcelona dando vueltas con Paul, hablando de todo y de nada. La relación entre ambos empezaba a enfriarse. Hacía poco que lo conocía. Me acosté dos veces con él en su apartamento y a partir de ahí todo fue disminuyendo hasta la nada. Nuestros paseos carecían ahora de sentido, nos limitabamos a hacernos compañía mientras recorríamos las calles. Y esta, había sido una de esas sórdidas tardes, llenas de miradas evasivas a ninguna parte.

Mientras esperaba el autobús de vuelta a casa pensé en no volver a verle jamás, pero algo me decía que realmente no era lo que quería. Por un momento había creído no necesitarlo, pero en realidad lo necesitaba. Paul se iría, tarde o temprano, y yo me quedaría aquí. Entonces me vería obligada a empezar de nuevo.

Llegué a sentirme mal durante el tr
ayecto de vuelta. Había anochecido, y a través de los cristales del autobús podía ver como en los salones se encendían las luces y personas se sentaban en sus mesas, habitaciones parpadeaban, un hombre estiraba sus brazos en una butaca delante del televisor, un gato asomaba la cabeza por la ventana, alguien se cepillaba los dientes frente al ordenador. Sin razón aparente me sentí terriblemente desafortunada.
Cuando llegué a casa y vi que todo estaba a oscuras me sentí mucho peor. Hacía dos semanas que vivía sin luz, pues había olvidado pagar la factura y me habían cortado el suministro. Encendí una velita que tenía en la entrada y fuí, de habitación en habitación, encendiendo todos los candelabros. Decidí no volver a pagar ninguna factura de luz nunca mas. Me preparé una tortilla para cenar y tosté dos tostadas.

Me desnudé y me tumbé en el sofá. Encendí el ordenador y vi que quedaban dos horas y media de batería. Un tiempo perfecto y finito. Antes de tener limitaciones de tiempo me pasaba noches sin dormir delante del ordenador, ahora eso se había acabado. Lo primero que hice fue ir a Pych. Me habían llegado un par de cartas online de unas personas con las que había contactado esa misma tarde. Una e
ra de Nathan y otra de Elene. Me decanté por leer primero a Nathan. Parecía tener muchas cosas interesantes que contar, o almenos eso me había parecido este mediodia cuando había hablado con él. Me invitaba a ir a cenar. Pero ya era tarde para eso. Siempre acabo perdiendo oportunidades exquisitas. Que pérdida de tiempo. La situación acabó por deprimirme aún más, así que cogí una taza de té caliente y me senté frente al televisor con el propósito de perderme entre la muchedumbre al menos hasta mañana. El mañana es otra historia.


Una.

pd: perdonad que publique
cosas sin sentido pero últimamente no siento necesidad de continuidad.

jeudi, septembre 9

El trabajo consistía en la creación de esperma

Me levantaba temprano, a eso de las cinco y media de la mañana. Con el sonido del despertador un calambre saqueaba mi cuerpo y mis ojos se abrían como platos. A mi lado, Piero, dormía. Le besaba en la mejilla y le acariciaba las nalgas antes de levantarme. Solo tres minutos más, me decía. No conseguía despertarlo y aprendí a rendirme pronto. Me levantaba desnuda y me arrastraba hasta la ducha frotándome los ojos con las manos. Me miraba las caderas en el espejo mientras el agua se calentaba y me tocaba el pelo para desenredarlo. La ducha me despertaba. Mientras me enjabonaba pensaba que un nuevo día iba a transcurrir y pensaba que vería a Jaime en el hospital, eso me hacía sonreír y acababa llenándome la boca de agua y escupiéndola hacia arriba, feliz. Al salir me ponía el albornoz y me secaba el pelo con una toalla pequeña. Me dirigía a la cocina y me sentaba en la mesa a desayunar el café y los frutos secos que había dejado preparados por la noche - adoro el café helado, incluso en invierno -. Acabado esto, me vestía y salía. En el tranvía veía los mismos rostros de siempre, cansados, recién levantados. Al llegar al hospital me sentía, como siempre, deprimida. Entraba en el despacho y me desnudaba. Me quitaba las bragas y el sujetador, liberándome el sexo y los pechos. Me ataba la bata con suma cautela y me sentaba a esperar el sonido de la puerta. Algún compañero entraba de vez en cuando ofreciéndome una taza de café caliente - la cual siempre rechazaba - con la excusa de echar un vistazo. A su hora, las siete y treinta y cinco minutos, se oía la puerta y Ray entraba en la consulta.

- Buenos días señor Raymond
- Buenos días señorita Denia

Intercambiados los acostumbrados saludos Ray se tumbaba en el diván y esperaba la llegada de mis muslos con una extraña impaciencia.

(lo repasaré mañana, tengo sueño)
Una.