samedi, septembre 25

Nina Ivanisin invade a Uros Furst

Conocí a Nina Ivanisin justo cuando comenzaba a prostituirse. Nos encontramos por primera vez una tarde en una cafetería, en Moscow. Charlaba con Marusa. Estábamos sentados cerca de la barra. Bebíamos café, era temprano. La conversación no debía interesarme mucho y de vez en cuando desviaba la mirada a ninguna parte. En una de esas escapadas Nina hizo su aparición. La vi acomodarse en un taburete, justo detrás de Marusa, un poco a la derecha. Había entrado con un largo abrigo de piel, un gorro de pelo de mapache que le cubría toda la cabeza y unas gafas de sol marrón oscuro. Llevaba los labios pintados de un rojo mate cremoso.
Lo primero que hizo al sentarse fué deshacerse de toda esa indumentária, dejando a mi imaginación idear unos muslos y unos pechos perfectos bajo una falda negra y una camiseta ajustada semitransparente. Era frágil, delgada. Me asustaba mirarla por miedo a que cayera. Esperó a que se acercara el camarero y pidió un café. Mientras le servían buscó algo en el bolso, que aún colgaba de su hombro. Durante un rato me pareció que no encontraba lo que estaba buscando.
Marusa me hizo volver.

- Uros Furst, ¿cuantas veces tengo que decirte que no te despistes mientras te estoy hablando?
- Lo siento Marusa, de verdad. Creo que he visto un ángel.

Marusa se gira y se fija en ella. Luego me mira a mí. Su expresión parece aprobar mi observación.

- Bueno, no está mal. Es decir, está muy bien...

Le sonrío y me tomo el permiso para evadirme un rato mas.
Nina se lleva la taza de café a los labios. Tiñe el borde de la taza de un color rosado. Acomoda la taza en el plato y, furtívamente -o eso me parece a mí- se levanta y se dirije hacia mí.

- Disculpe, ¿me podría dejar un trozo de ese diario y un bolígrafo?

Me pilla totalmente desprevenido, descolocado. No se cuanto tiempo tardo en reaccionar. Con los labios sellados corto, torpemente, un pedazo de papel y se lo tiendo.

- No tengo bolígrafo, lo siento.
- Esta bien, muchas gracias de todos modos.

Se aleja. Marusa me mira soprendida.

- ¿Desde cuando pierdes tu los papeles delante de una mujer?
- Creo que desde hoy. No sé que me ha pasado, Marusa. No sé que me ha pasado.

Me siento un tanto trastornado. Nunca me había pasado algo semejante, y eso es muy cierto.

- Ya no puedo mirarla, Marusa. No sé que ha pasado.
- Estás loco. Requete loco.

La veo acercarse de nuevo. Esta vez lleva todas sus cosas. Parece una espía encapuchada. Se me acerca y me tiende el pedazo de papel que sostiene en su delgada mano derecha escondida en guante de piel negra. Cojo el papel doblado y lo sostengo en la mano. Ella se agacha y me dice algo al oído en una lengua que no entiendo. Su susurro se me repite en la cabeza a una velocidad indescriptible, como un eco que se expande incesantemente. Luego se va.
No me giro a verla marchar. Marusa me mira curiosa.

- Léela, léela.

Desdoblo muy lentamente el papel y leo el contenido.

Por favor, ¿podrías pagarme la taza de café? No tengo dinero. Te lo agradezco. Me has parecido muy amable. Al menos tu forma de observarme era amable.


                                                                                         Nina Ivanisin


Me quedo estupefacto.

1 commentaire:

  1. Carver, dicen, aprendió mucho de Turgenev y de Tolstoi, de estos grandes cuentistas Rusos. A mi particularmente me gustan más los escenarios y las formas de los norteamericanos, pero te vuelvo a decir lo mismo, si me hubiera encontrado esta historia en alguna recopilación de cualquiera de estos dos tipos no me hubiera sorprendido nada.
    Un escenario perfecto, una acción precisa, un cuento Ruso estupendo.

    Abrazos

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