lundi, novembre 16

Subía unas escaleras.
Subía por las escaleras que me llevan a mi ático, en el séptimo piso de un edificio de la calle Burgon.
Andaba por el vigésimo tercer escalón, mas o menos, no lo recuerdo con total exactitud. Mi cabeza empezaba a perder el sentido. Los músculos y huesos de las piernas dejaron de responderme y caí al suelo. Caí tres escaleras y quedé inmóvil en el rellano. Sentía un dolor punzante en la cabeza y ardor en la boca del estómago. Tenía los ojos cerrados y no fui capaz de abrirlos, por más que lo intenté. Quise chillar pero tampoco pude. No se cuanto tiempo permanecí así, pero a mi me pareció infinito. Mis esfuerzos por respirar normalmente me hacían latir el corazón de forma entrecortada.De repente vi unos ojos. Unos ojos grandes, redondos y bien abiertos. La luz del rellano empezó a parpadear rápidamente. Esos ojos se me acercaban, y no podía verlos. Era consciente de que mis párpados estaban cerrados. Chillaba de temor, de horror, pero no emitía sonido alguno. Intentaba retorcerme y no podía mover una sola parte de mi cuerpo. Algo me agarró el pié. Empezó a retorcerme los dedos, uno a uno. Seguía sin poder emitir un sonido. El dolor se hacía insoportable. Sentí como me caía alguna substancia hirviendo sobre la piel. Y como los ojos se me hundían hacia adentro, como si fueran a parar justo en medio de los sesos. Las orejas me pitaban fuerte. Empezaba a no sentir dolor. Algo me llevo hacia un lugar frío. La piel me ardía por el frío, que se contrastaba con la calor. Escozor y punzadas por todo el cuerpo. Sentí líquido frío. Intenté respirar y el agua me bajaba por la laringe, hasta el estómago. Se me inundan los pulmones, los intestinos, el ano. Y dejé de respirar.

Y toqué fondo.
Y me quedé en el fondo.

Lou

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