Escucho en silencio el grito de los grillos en la noche, el del viento que se refugia entre las ramas de los árboles, el temblor de la niebla que se amontona en los bordes del camino.
Camino lentamente por el sendero que me lleva hasta el faro. Mi mente: en blanco. Pienso en los sonidos que me rodean y siento el viento que me roza la piel, mis pies que dañan el suelo. No quiero sentir lo que dejo atrás, sino lo que más adelante me espera. A lo lejos se oye el mar. Las olas deben estar chocando contra el acantilado, lo hacen sin cesar, segundo a segundo. La naturaleza no descansa.
No tengo frío, me siento bien. Tengo miedo de encontrar algo que no sea capaz de ver.
Sigo caminando, acelerando el paso a medida que me adentro en el bosque. Estar lejos de la civilización me hace sentirme inmensamente pequeño y frágil.
Necesito llegar al acantilado y ver que hay un final. Siento angustia de no poder encontrar el camino, de perderme y no poder volver atrás. No puedo dejarme llevar,a medida que avanzo me invade el miedo.
Las manos se me inundan de sudor. Tengo frío. Tengo miedo....
pero,
¿de qué?
Lou
¿Miedo a lo desconocido tal vez? :)
RépondreSupprimerperderse a veces resulta bonito, con una copa de vino y dos o tres piedras pequeñitas en los bolsillos.
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