No me dijo nada. Me hizo pasar a una sala y sentarme en un enorme sillón. Luego se puso detrás. Me tapó los ojos con un pañuelo. Olía a él...
Tardó mucho rato hasta llegar a mis sandalias. Me acarició los dedos de los pies, uno a uno. Luego me quitó la sandália y me chupó los dedos del pie derecho. No pude evitar gemir. Gemí muy fuerte. ¡Qué maravilla!
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