El trabajo consistía en la creación de esperma
Me levantaba temprano, a eso de las cinco y media de la mañana. Con el sonido del despertador un calambre saqueaba mi cuerpo y mis ojos se abrían como platos. A mi lado, Piero, dormía. Le besaba en la mejilla y le acariciaba las nalgas antes de levantarme. Solo tres minutos más, me decía. No conseguía despertarlo y aprendí a rendirme pronto. Me levantaba desnuda y me arrastraba hasta la ducha frotándome los ojos con las manos. Me miraba las caderas en el espejo mientras el agua se calentaba y me tocaba el pelo para desenredarlo. La ducha me despertaba. Mientras me enjabonaba pensaba que un nuevo día iba a transcurrir y pensaba que vería a Jaime en el hospital, eso me hacía sonreír y acababa llenándome la boca de agua y escupiéndola hacia arriba, feliz. Al salir me ponía el albornoz y me secaba el pelo con una toalla pequeña. Me dirigía a la cocina y me sentaba en la mesa a desayunar el café y los frutos secos que había dejado preparados por la noche - adoro el café helado, incluso en invierno -. Acabado esto, me vestía y salía. En el tranvía veía los mismos rostros de siempre, cansados, recién levantados. Al llegar al hospital me sentía, como siempre, deprimida. Entraba en el despacho y me desnudaba. Me quitaba las bragas y el sujetador, liberándome el sexo y los pechos. Me ataba la bata con suma cautela y me sentaba a esperar el sonido de la puerta. Algún compañero entraba de vez en cuando ofreciéndome una taza de café caliente - la cual siempre rechazaba - con la excusa de echar un vistazo. A su hora, las siete y treinta y cinco minutos, se oía la puerta y Ray entraba en la consulta.
- Buenos días señor Raymond
- Buenos días señorita Denia
Intercambiados los acostumbrados saludos Ray se tumbaba en el diván y esperaba la llegada de mis muslos con una extraña impaciencia.
(lo repasaré mañana, tengo sueño)
Una.
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